De los primeros recuerdos que tengo, siendo poco más que un niño, aún me veo bajando por una gruta pobremente iluminada a la que se accedía bajando una cuesta embarrada y abriendo una oxidada cancela.
De repente, encima, en el techo, millones de pinturas rupestres decoraban la estancia y se mostraban ante mi, que no era capaz de cerrar la boca de mi asombro. Mudo, pero con los ojos muy abiertos.
Bisontes, ciervos, figuras humanas, manos... No creo que mis padres fueran conscientes de lo que supuso ese día para ese niño la visita a la auténtica Cueva de Altamira, en Santillana del Mar. No he podido borrar ese recuerdo de mi memoria, el olor a hierba, a barro y a humedad. Contemplar la capilla sixtina del arte rupestre comenzaba a sembrar en mi las inextinguibles, aún hoy, ansias de viajar y conocer.
Recuerdo los viajes a San Vicente de la Barquera, a Santillana del Mar, donde nace mi primer apellido, el sabor de la leche recién ordeñada, los sobaos, la folía y los juegos en la cetárea del hotel.
Recuerdo los viajes a San Vicente de la Barquera, a Santillana del Mar, donde nace mi primer apellido, el sabor de la leche recién ordeñada, los sobaos, la folía y los juegos en la cetárea del hotel.
Una deliciosa película me hizo retroceder en el tiempo todos esos años y unió varios puntos de mi vida, como siempre hacia atrás. Alcaine, director de fotografía, creo recordar que nos puso la luz en alguno de mis trabajos de publicidad para televisión. Nació en Tetuán y es fundador del Cine Club de Tánger (vecinos de enfrente). La música, de Mark Knopfler, que ahora versiono de manera torpe con mi banda y he podido ver en concierto, nos saludó en Gredos desde su coche de organización. Hugh Hudson, el director de Greystoke o Carros de Fuego. Y un Banderas, malagueño y andaluz, otro vecino de al lado, que afina el papel, (a veces algo cursi), de Marcelino Sanz de Sautuola. Familia de Botín, Naveda y Valcárcel, que por ahí andan también, y algo tocan a mi familia por parte de madre. La película está coproducida por la Fundación Botín, a cuyo banco le he pagado yo suculentos intereses de mis créditos, tarjetas y coches, como el Alfa que hoy, aún, conduce un hermano mío.
Todos puntos que se unen en un recóndito lugar de mi memoria.
Todos puntos que se unen en un recóndito lugar de mi memoria.