La creatividad siempre ha sido digital

Markers, Kurecolor, Edding 1200 y 1300, pasteles, tinta para aerógrafo, anilinas, gouache, temperas para brillos y cubrir los errores de los stories. Cartón pluma, acetatos, rotuladores al agua, Spray Mount, cutters, cinta de doble cara, pinceles y lápices acuarelables. Todo se hacía con las manos. Bocetar, dar color, sombrear, hacer los storyboards, los roughs, el letraset de los titulares, la repro, redactar textos a mano que después pasaría a máquina alguna secretaria.

En pequeños habitáculos nos hacinabamos unos pocos artistas con un único propósito: Encontrar esa idea y venderla. Una competición al minuto. Finales cada mañana, tarde y noche, hacia la victoria de un equipo que sólo tenía un premio: Conservar un puesto de trabajo.

Con un poco de suerte, salto a otra agencia, un cargo más largo en tu tarjeta de visita y un despacho mejor y más grande. Siempre las manos manchadas de pintura y los dedos llenos de pegamento en spray.

Llegaron los festivales. Truchos, falsos anuncios con el objetivo de obtener premios, fatal farsa endogámica que las agencias alimentaron, dejándose embaucar por malabaristas del engaño, que acabaron fagocitanlo la esencia pura del negocio: Una única idea auténtica, original y real que daba de comer y pagaba sueldos.

Todo desapareció, se difuminó, implosionó. Por suerte, ya no andaba por allí.

Algunos de los creativos de antes, los que nos consideramos artesanos de la esgrima subliminal, pintamos, escribimos, componemos, editamos y desarrollamos la creatividad de mil maneras diferentes. Al fin y al cabo, toda esa profesión, antaño elitista y deseada, en realidad tan sólo era un oficio más. Un oficio aprendido, eso si, gracias a incontables horas y talento.

Así que, ahora, ponte manos a la obra y a crear. Que es tarea nada fácil.