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De regreso a Ceuta, mientras recorríamos el camino hacia Akchour, algo inesperado llamó nuestra atención. Un aroma peculiar se coló por la ventanilla del coche y nos hizo fruncir el ceño. “¿A qué huele?”, nos preguntamos entre risas. Minutos después, el misterio se resolvía: estábamos atravesando una extensa zona de cultivos de marihuana que aparecieron casi de la nada, como un paisaje alternativo escondido entre las montañas.
Sorprendidos por la escena, decidimos detenernos —siempre con respeto, permiso previo y acompañados de un guía local— para observar más de cerca y tomar algunas fotos.
Aunque en años recientes el Rey de Marruecos ha promovido una regulación que permite el cultivo con fines industriales y medicinales, la comercialización recreativa sigue siendo ilegal. Sin embargo, la realidad es más compleja: mientras estas plantaciones sigan existiendo sin control estricto, el tráfico de cannabis continúa presente en la región.
Un contraste curioso entre lo natural, lo legal y lo social, que nos recordó que viajar también es descubrir las realidades menos turísticas de un lugar.
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