Los veterinarios atienden las necesidades de los animales de compañía, pero también las fobias y miedos de sus amos, según se explica en un libro sobre la labor de estos profesionales, que se enfrentan a tareas tan peregrinas como sacar de las tripas de un perro voraz calcetines o tangas.
Ricard Adán (Barcelona, 1967), un veterinario especialista en Etología -comportamiento animal-, acaba de recopilar en un volumen una serie de historias sobre situaciones curiosas -algunas vividas en carne propia y otras narradas por compañeros del ramo- sobre el quehacer cotidiano dentro de esta profesión. 'Anécdotas de veterinarios. El mejor amigo del hombre... o del animal' (Styria) es el título del libro.
La alimentación, o más bien lo que los animales se llegan a meter en la boca, es otro de los temas centrales del libro. Desde la mujer que llega histérica a la consulta porque su marido le ha dado un terrón de azúcar a su perro y teme que éste se quede ciego (cuando sólo es perjudicial para canes con diabetes) hasta el que no se avergüenza de reconocer que su mascota casi sólo come gambas a la plancha.
Pero los verdaderos problemas los acarrean los perros que se comen cualquier cosa, sobre todo ropa, mucha ropa. "Una vez le saqué a un animal un tanga del intestino. Lo más curioso es que la dueña me lo reclamó. Lo tuve que lavar un poco y se lo di. No dije ni pregunté nada", explica Adán.
El difícil trato con los dueños
Este experto, que regenta una clínica veterinaria en Barcelona, asegura que el trato con los propietarios es a veces lo más complicado, porque "a los veterinarios nos han enseñado a manejarnos con los animales llamados irracionales, no con los racionales". Por ello no bromea cuando afirma que en la facultad se debería explicar cómo atender a un "amo" sin alarmarlo, ni menospreciar su preocupación.
Por otra parte, según Adán, hay gente que proyecta en el animal sus necesidades sociales y "que necesita una consulta que no es precisamente de veterinario". En un par de ocasiones, y sabiendo que iba a perder un cliente, ha sugerido al dueño, que acude por un simple estornudo de su mascota, que consultara a un psicólogo.
Un consejo quizás también destinado a la mujer que fue alarmadísima a la consulta porque su perra tenía "un cáncer en la patita", y el tumor resultó ser... un simple chicle pegado.
Momentos tristes
Desgraciadamente y a pesar de ciertos momentos cómicos, los veterinarios se enfrentan a casos tristes: dueños que no se dan cuenta de que su gato se ha metido en la lavadora o la secadora, o aquel que dejó a su perro en casa el día en que el Barça celebraba uno de sus triunfos, y el animal, con fobia al ruido, se tiró por la ventana y se rompió dos patas.
Uno de los apartados más curiosos es el dedicado a la muerte de los animales, en el que se explica cómo matrimonios separados, junto a sus nuevas parejas, se abrazan llorando para contemplar la eutanasia en la consulta del animal enfermo con el que una vez compartieron casa.
Escalofríos provocan también algunas historias del "sexto sentido" de los animales, como la de un amigo veterinario, cuyo gato era al parecer capaz de detectar la presencia del fantasma de la abuela que vagaba por la casa y que le erizaba el pelo del lomo, o de aquella otra gata que acababa de parir y que, al intuir que iba a morir esa misma noche, metió a sus dos crías en el interior de la casa de la familia que le daba de comer.
(Estas cosas me recuerdan a gente que conozco, jejejejeje, y no miro a nadieeeee)
Ricard Adán (Barcelona, 1967), un veterinario especialista en Etología -comportamiento animal-, acaba de recopilar en un volumen una serie de historias sobre situaciones curiosas -algunas vividas en carne propia y otras narradas por compañeros del ramo- sobre el quehacer cotidiano dentro de esta profesión. 'Anécdotas de veterinarios. El mejor amigo del hombre... o del animal' (Styria) es el título del libro.
La alimentación, o más bien lo que los animales se llegan a meter en la boca, es otro de los temas centrales del libro. Desde la mujer que llega histérica a la consulta porque su marido le ha dado un terrón de azúcar a su perro y teme que éste se quede ciego (cuando sólo es perjudicial para canes con diabetes) hasta el que no se avergüenza de reconocer que su mascota casi sólo come gambas a la plancha.
Pero los verdaderos problemas los acarrean los perros que se comen cualquier cosa, sobre todo ropa, mucha ropa. "Una vez le saqué a un animal un tanga del intestino. Lo más curioso es que la dueña me lo reclamó. Lo tuve que lavar un poco y se lo di. No dije ni pregunté nada", explica Adán.
El difícil trato con los dueños
Este experto, que regenta una clínica veterinaria en Barcelona, asegura que el trato con los propietarios es a veces lo más complicado, porque "a los veterinarios nos han enseñado a manejarnos con los animales llamados irracionales, no con los racionales". Por ello no bromea cuando afirma que en la facultad se debería explicar cómo atender a un "amo" sin alarmarlo, ni menospreciar su preocupación.
Por otra parte, según Adán, hay gente que proyecta en el animal sus necesidades sociales y "que necesita una consulta que no es precisamente de veterinario". En un par de ocasiones, y sabiendo que iba a perder un cliente, ha sugerido al dueño, que acude por un simple estornudo de su mascota, que consultara a un psicólogo.
Un consejo quizás también destinado a la mujer que fue alarmadísima a la consulta porque su perra tenía "un cáncer en la patita", y el tumor resultó ser... un simple chicle pegado.
Momentos tristes
Desgraciadamente y a pesar de ciertos momentos cómicos, los veterinarios se enfrentan a casos tristes: dueños que no se dan cuenta de que su gato se ha metido en la lavadora o la secadora, o aquel que dejó a su perro en casa el día en que el Barça celebraba uno de sus triunfos, y el animal, con fobia al ruido, se tiró por la ventana y se rompió dos patas.
Uno de los apartados más curiosos es el dedicado a la muerte de los animales, en el que se explica cómo matrimonios separados, junto a sus nuevas parejas, se abrazan llorando para contemplar la eutanasia en la consulta del animal enfermo con el que una vez compartieron casa.
Escalofríos provocan también algunas historias del "sexto sentido" de los animales, como la de un amigo veterinario, cuyo gato era al parecer capaz de detectar la presencia del fantasma de la abuela que vagaba por la casa y que le erizaba el pelo del lomo, o de aquella otra gata que acababa de parir y que, al intuir que iba a morir esa misma noche, metió a sus dos crías en el interior de la casa de la familia que le daba de comer.
(Estas cosas me recuerdan a gente que conozco, jejejejeje, y no miro a nadieeeee)