En busca de las caras, saldremos del pueblo por la Puerta Nueva –relativamente nueva, pues data del siglo XV–, siguiendo a pie el camino asfaltado que lleva hacia la zona de acampada La Cespera. A los 400 metros, nos desviaremos a la izquierda por una pista de tierra que asciende entre fragantes romerales, campos de olivos y labradíos bordados de almedros floridos. Y, ya en lo más alto, advertiremos con gozoso estupor que estamos avanzando por una kilométrica península, pues veremos a ambas manos las aguas del embalse, que son de un azul insultante, como el cian de las artes gráficas, perfecto para colorear esta antigua postal de la Alcarria.
Sin perder de vista los indicadores metálicos de la ruta, alcanzaremos en una hora un bosquete de pinos carrascos donde acaba la pista y arranca una senda bien señalizada con paneles informativos y postes de madera. Enseguida hallaremos un cortado rocoso y un primer grupo de bajorrelieves, entre los que destacan 'Moneda de vida', el cual muestra en macabra alegoría un feto inscrito en una descarnada pelvis; 'Krishna', que representa la risueña faz de la octava reencarnación de Vishnu –no iba a llorar, teniendo 18.000 concubinas–; y 'Chemary', tremendo barbudo que, por imperativo de la roca donde fue cincelado, yace bocarriba, bronceándose o muerto.
Poco más adelante, contemplaremos 'La monja', la jeta más vieja del lugar, y 'El chamán', la de más laboriosa factura. Cuatro años les llevó a Jorge y Eulogio labrar este monumental semblante que, con su mirada hipnótica, nos hará creer que estamos ante las ruinas de alguna civilización devorada por la selva. Una selva de pinos por la que, tras esta breve ensoñación, bajaremos decididamente hacia el embalse, dejando a mano izquierda el 'Beethoven de Buendía' y, a la diestra, varias caras –el 'Duende indio', el 'Duende de la grieta' y el 'Paleto'– de menor tamaño que las anteriores pero, para nuestro gusto, de más ingenua, primitiva y artística traza.
A la vera del embalse, entre otras obras, veremos descollar sobre un afilado roquedo la titulada 'De muerte', una calavera de metro y medio que es la única de las 17 esculturas que mira a naciente, dejando claro, por si no lo había quedado al principio, que vida y muerte son caras de la misma moneda. Justo en la orilla de enfrente, la sierra de Enmedio, que el verano pasado fue arrasada por un pirómano, añade a la escena un dramatismo inesperado. Para que este sea total, como de grabado medieval, sólo falta que Jorge y Eulogio esculpan junto a la calavera, bailando con ella la vieja danza de la muerte, a ese hijo de Nerón, si es que algún día lo cogen.