“No puedes cambiar el mundo, pero puedes ayudar a mejorarlo”. Esta idea resume bien el espíritu de Cristina y Angie. Angie y Cristina, un tándem que se compenetra a la perfección y que poco a poco, sin pretensiones y sin prisa, pero también sin pausa, ha conseguido dar forma a un sueño, sacarse una espinita que se les quedó clavada cuando viajaron a Malawi.
La cosa comenzó hace poco más de un año, en marzo de 2010 cuando Angie y Cristina, ambas periodistas, fueron invitadas por Manos Unidas a conocer varios proyectos en Malawi. “¿Mala-qué? Cuando me lo dijeron, no era capaz de situarlo en el mapa, y de hecho lo confundí con Mali”, explica con sinceridad Angie, para quien el viaje supuso un cambio radical. “Al principio no estaba segura de si quería ir y he vuelto tan impactada que sólo pienso en volver"-.
[Algunas de las niñas del orfanato de Chezy, en Malawi. Foto: Kusekera Malawi] |
Malawi es uno de los países menos desarrollados de África y tiene una población eminentemente rural y muy empobrecida. Entre sus muchos problemas, dos son los principales: una profunda crisis alimentaria -a la que lleva años haciendo frente- y la brutal prevalencia del Sida, enfermedad que, como en otro países, ha creado una doble ‘generación perdida’: la de los hombres y mujeres muertos al poco de convertirse en adultos, y la de los miles de niños huérfanos.
Fueron nueve días de visitas a proyectos. Proyectos independientes que, puntualmente, reciben la financiación de Manos Unidas. Entre ellos, un pequeño hospital rural, un centro para atención a personas con Sida, un proyecto de irrigación agrícola y finalmente, un pequeño orfanato situado en Chezy, en eldistrito de Dowa. Un lugar regentado por dos monjas españolas y tres indias en el que viven 120 niños y desde el que se ofrece alimentación y educación a otros 1.000, también huérfanos, pero que han podido ser acogidos por un familiar.
Allí estuvieron Cristina Sánchez y Angie Conde, cámara y micrófono en mano para conocer de cerca las necesidades de cada uno de estos proyectos. El objetivo era lanzar una campaña a través de la cual se recogerían fondos para dichas iniciativas. Pero a la vuelta, nada fue como ellas se esperaban. Al poco de regresar, cuando andaban ya montando los vídeos, sus cadenas de radio y televisión decidieron suspender la campaña. Vino entonces la rabia y la frustración. El enfado por tener que dejar a medias el trabajo. La desilusión que imaginaban al otro lado del ordenador, cuando dijeron que la campaña no salía adelante; que las cosas que habían pedido desde Malawi, probablemente nunca llegarían. Y la desilusión se convirtió en apatía, como tantas otras veces, como tantas otras personas… hasta que un día,cansadas ya de intentar cambiar el mundo desde una mesa de bar, decidieron empezar por ayudar a mejorarlo. Poniendo su granito de arena. “Por intentarlo que no quede”, dice hasta en tres ocasiones Cristina, con voz firme y enérgica.
Tenían claro que iban a hacer algo, pero ¿qué? En un primer momento, se fueron, sin paños calientes, a pedir dinero a amigos y conocidos. Y no les fue mal, ya que en Navidad pudieron enviar los primeros 2.000 euros al orfanato [El objetivo es mandar dinero, no los alimentos, para no afectar a los comerciantes de la zona]. Pero luego pensaron en organizar algo. Corría el mes de noviembre cuando un amigo, cantautor para más señas y de nombre Manuel Cuesta, les propuso la idea de hacer un concierto. Tardaron… unos tres segundos en decir que sí y ponerse manos a la obra.
Comenzó entonces lo verdaderamente difícil: buscar a los artistas, encontrar una sala, negociar los precios, diseñar el cartel, promocionarlo… Pero, de repente, todo lo que parecía imposible se convertía en fácil, aparecía gente de la nada dispuesta a ayudar y al todo el que le pedían algo aceptaba de buena gana. “Es increíble, porque nadie nos conoce, no somos una ONG ni una asociación de prestigio y no tenemos ninguna trayectoria en temas como éste, pero el caso es que nadie nos ha puesto ni una pega en nada, al contario”. Y la cosa ha ido rodada, gracias al boca a boca y al apoyo de muchos amigos. Aunque también ha habido momentos de crisis, “porque somos nosotras dos, no tenemos ninguna infraestructura detrás, y hay que organizar muchísimas cosas”, cuenta Cristina.
Aún más sorprendente es que la gente se volcó en donaciones anónimas, apoyando con confianza ciega esta iniciativa que no tiene más referencias que la palabra de dos chicas que todavía no han cumplido los 30. Bueno, eso, y mucha transparencia: basta hablar con ellas para saber casi céntimo a céntimo a qué se dedica cada uno de los 10 euros que cuesta la entrada del concierto (15, si es con CD) y qué parte se podrá enviar a Malawi. Dinero que irá directamente a las arcas del proyecto Rainbow, el pequeño orfanato de Dowa, para procurar alimentos y educación a ese millar de niños que dependen de ello.
Y esta es la historia de 'Kusekera Malawi- Sonríe Malawi', el concierto que se celebró el pasado 23 de mayo, en la Sala Galileo-Galilei en Madrid y en el que pudieron disfrutar de Marwan, Andrés Suárez, Luis Ramiro, Esmeralda Grao, Míguez, Manuel Cuesta y Cronopios.