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Este verano nos sorprendió con momentos mágicos, y uno de los más especiales fue descubrir Akchour, un lugar que parece sacado de un cuento. Escondido entre montañas, este rincón marroquí conserva una esencia auténtica, local y profundamente tradicional. Allí, el río serpentea tranquilo, formando pequeñas cascadas de agua helada y transparente donde familias y viajeros se dan un respiro del calor.
A lo largo de la orilla, el aire se impregna con los aromas de la cocina casera: tallines recién hechos, ensaladas coloridas y cuscús preparado a fuego lento, con leña y carbón recogidos de los bosques cercanos. Comer junto al agua, con los pies en el río y el murmullo de fondo, es una experiencia que alimenta cuerpo y alma.
Caminamos río arriba durante más de una hora, explorando senderos rodeados de vegetación exuberante. No llegamos ni a la cascada principal ni al famoso Puente de Dios, pero eso solo nos da una buena excusa para volver. Y créeme, volveremos.
Cerramos el día con un té caliente servido en vaso de cristal, como manda la tradición. Sencillo, perfecto.
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